Siempre fui muy sensible a estos episodios históricos, aunque es demasiado aséptico llamarles así y serían más bien macroepisodios. De joven ni siquiera podía ver series o películas sobre el Holocausto, luego ya en la madurez hasta estudié una asignatura de Antropología del genocidio. En todo caso son episodios en que probablemente por su cercanía cronológica a mi, porque en el contexto general de la Historia son de un pasado reciente o lo han sido cuando yo ya vivía, me han desasosegado demasiado hasta el punto de tener en tan poca estima la historia de la Humanidad, y por ende la Humanidad misma.
No, este no es el planeta azul, este es el planeta rojo, y los gritos de los masacrados aún deben estar viajando en el espacio regurgitando dolor por todo el Universo:
LA FURIA EXTERMINADORA DE HITLER Y STALIN
'Tierras de Sangre': catorce millones de veces 'uno'
Por Mario Noya
Libro negro extraordinario, imprescindible, insoportable: Tierras de Sangre. Europa entre Hitler y Stalin, de Timothy Snyder. Aturde.
Las Tierras de Sangre de que habla Snyder son las repúblicas bálticas y Bielorrusia, casi toda Ucrania, buena parte de Polonia, la franja más occidental de Rusia y una pequeña porción de Moldavia. Fueron las tierras de la Shoá, del Holodomor, del Generalplan Ost, del Plan de Hambre. De Katyn. Del Gas y el Fuego. De las violaciones en masa y el canibalismo. De la saña. Una barbarie única, infernal, indescriptible. No hay palabras, por eso me salen tantas.
[En 1933, en plena Gran Hambruna ucraniana,] en un pueblo de la región de Járkov, unas mujeres hacían lo que podían para cuidar a los niños. Formaron, recuerda una de ellas, "una especie de orfanato". (...) "Los niños tenían los estómagos abultados; estaban cubiertos de heridas y de costras, sus cuerpos parecían a punto de reventar. (...) Un día, los niños se callaron de repente; fuimos a mirar lo que ocurría y vimos que se estaban comiendo a Petrus, el más pequeño. Le arrancaban tiras de carne y se las comían. Y Petrus hacía lo mismo, se arrancaba tiras y se comía todo lo que podía. Los otros niños ponían los labios en las heridas y se bebían la sangre (...)". (p. 80)
En primavera, los fuegos ardían en Treblinka día y noche (...) Las mujeres, con más tejido graso, quemaban mejor que los hombres (...) Los vientres de las mujeres embarazadas tendían a reventar, de manera que se podían ver los fetos en su interior. En las frías noches de la primavera de 1943, los alemanes solían quedarse junto al fuego a beber y calentarse. (p. 323)
***
Nazismo y comunismo, hermanos de sangre. Como pavorosa demostración, lo ocurrido en aquellas tierras entre 1933 y 1945. Las solas cifras demudan. Catorce millones de civiles y prisioneros de guerra asesinados ("ni uno sólo" era "soldado en servicio activo", la mayoría eran "mujeres, niños y ancianos"). Ese número supera "en más de diez millones al (...) de personas muertas en todos los campos de concentración alemanes y soviéticos" y "en más de dos millones (...) el (...) de soldados alemanes y soviéticos muertos en el campo de batalla en la Segunda Guerra Mundial". Ese número es
la suma de las siguientes cifras aproximadas (...): 3,3 millones de ciudadanos soviéticos (la mayoría ucranianos) llevados a la muerte por inanición por su propio gobierno en la Ucrania soviética en 1932-1933; trescientos mil ciudadanos soviéticos (la mayoría polacos y ucranianos) ejecutados por su propio gobierno en la parte occidental de la URSS entre las aproximadamente setecientas mil víctimas del Gran Terror de 1937-1938; doscientos mil ciudadanos polacos (la mayoría de etnia polaca) ejecutados por las fuerzas soviéticas y alemanas en la Polonia ocupada en 1939-1941; 4,2 millones de ciudadanos soviéticos (en su mayoría rusos, bielorrusos y ucranianos) obligados a morir de hambre por los ocupantes alemanes en 1941-1944; 5,4 millones de judíos (la mayoría ciudadanos polacos o soviéticos) gaseados o pasados por las armas por los alemanes en 1941-1944; y setecientos mil civiles (la mayoría bielorrusos y polacos) ejecutados por los alemanes en represalias, principalmente en Bielorrusia y en Varsovia en 1941-1944. (pp. 484-485)
"Una vez más", anota Snyder en esa misma página (485), "mis cálculos son moderados". Y excluyen a los caídos en combate (¡la mitad de todos los caídos en todos los campos de batalla de la II Guerra Mundial!),
a las personas que murieron de extenuación, de enfermedades o de desnutrición en los campos de concentración o durante las deportaciones, evacuaciones o huidas ante el avance de los ejércitos. (...) a los que murieron en los trabajos forzados. (...) [a los que] murieron de hambre como resultado de la escasez provocada por la guerra, (...) a los civiles muertos en bombardeos o en otras acciones de guerra. (...) [a los que murieron en] actos de violencia llevados a cabo por terceras partes, claramente motivados, pero no directamente realizados, por la ocupación alemana o la soviética. Tales actos supusieron (...) cifras de muertos muy significativas, como la matanza rumana de judíos (unos trescientos mil) o la limpieza étnica nacionalista ucraniana de polacos (al menos cincuenta mil). (p. 483)
***
Hay que leer este descomunal libro negro de prosa clara, documental, que además recoge testimonios de víctimas y verdugos; también de espectadores, más o menos conmovidos por el Espanto, más o menos implicados en denunciarlo, revelarlo, remediarlo. Hay que leerlo para saber que esos Catorce Millones no fueron un error sino el Horror deliberado: Hitler y Stalin sabían, Hitler y Stalin querían, Hitler y Stalin urgían el exterminio del Otro. Nazismo y comunismo, hermanos de sangre. ¿Hay comparaciones odiosas? No, ciertamente, ésta. Aquí, lo odioso, lo infame, sería no comparar.
En las políticas que implicaron la eliminación de civiles o de prisioneros de guerra, la Alemania nazi mató a unos diez millones de personas en las Tierras de Sangre, quizá a once millones en total; la Unión Soviética de Stalin aniquiló a unos cuatro millones en las Tierras de Sangre y a unos seis millones en total. Si añadimos las muertes previsibles provocadas por la hambruna, la limpieza étnica y las largas estancias en los campos de concentración, la cifra estalinista total asciende a tal vez nueve millones, y la nazi quizá a doce. (p. 450)
No fueron esos Catorce Millones muertes limpias, discretas, maquinales. Los verdugos se mancharon las manos o la cara de sangre u hollín o pólvora. Los verdugos mancharon a sus víctimas con su semen, su sudor, sus babas. Y cuando para matarlas no las tocaron –"más de la mitad murieron porque se les negó la comida" (p. 17)–, las vieron, olieron, escucharon. Los verdugos sabían y hacían. Y lo contaban: del diario de un miembro de un Einsatzgruppe destacado en Lvov (Ucrania) el 1 de julio de 1941: "Cientos de judíos corren calle abajo con las caras cubiertas de sangre, con agujeros en la cabeza y los ojos colgando" (p. 238); "las familias matan a sus miembros más débiles, normalmente niños, y se comen su carne", constatará la OGPU soviética en la Ucrania del terrible año 33. Así que no sólo Hitler, claro que no. No sólo Stalin. De hecho, ni Hitler ni Stalin violaron, torturaron, asesinaron a uno solo de esos Catorce Millones. Fueron otros. Tantos.
¿Banalización del mal? ¡Pero no mancharon a sus madres, a sus mujeres, a sus hijas con su semen, su sudor, sus babas! ¿Hicieron lo que hicieron porque antes deshumanizaron, animalizaron a sus víctimas? ¡Pero seguían sabiéndolas humanas, por eso las hablaban, las violaban!
Con independencia de la tecnología empleada, la matanza era personal. Las personas que morían de inanición eran observadas, con frecuencia desde torres de vigilancia, por aquellos que les negaban el alimento. Los que morían por las armas eran vistos muy de cerca a través de las miras de los fusiles, o bien eran sujetados por dos hombres mientras un tercero apoyaba el cañón de una pistola contra la base del cráneo de la víctima. Los que iban a morir asfixiados eran acorralados, metidos en trenes y empujados a las cámaras de gas (...). (p. 18)
El Gas. Y casi de inmediato se piensa en Auschwitz. Pero sólo "uno de cada seis judíos pereció allí" (p. 449). Pero "cuando las cámaras de gas y los complejos de crematorios de Birkenau entraron en funcionamiento en la primavera de 1943, más de tres cuartas partes de los judíos que fueron víctimas del Holocausto ya habían muerto" (p. 450). Jamás se habla de Chelmno, de Belzec, de Sobibor, de Majdanek. Por otra parte, la mitad de los judíos asesinados en las Tierras de Sangre murieron fuera de las cámaras: de hambre, fusilados, quemados. Por eso Auschwitz podría resultar "engañoso" como guía de lo que fue la Shoá: la mayoría de los judíos que murieron allí jamás pisaron un campo de concentración, fueron "gaseados nada más llegar"; y aunque fue la última "factoría de la muerte" en entrar en funcionamiento, "no era la cumbre" de la tecnología nazi para el exterminio: "Los escuadrones de ejecución eran más eficientes y mataban más deprisa, los centros de hambre mataban más deprisa, Treblinka mataba más deprisa" (p. 449).
"Los asesinatos en masa separaron la historia judía de la europea, y la historia del este de Europa de la del oeste" (p. 23). Stalin mató a 3,5 millones de ucranianos entre 1933 y 1938, y Hitler a otros tantos entre 1941 y 1944. "Bielorrusia fue el centro de la confrontación nazi-soviética, y ningún país sufrió más bajo la ocupación alemana (...) La capital, Minsk, quedó casi despoblada por los bombardeos alemanes, la huida de los refugiados, el hambre y el Holocausto (...) El veinte por ciento de la población [del país] murió durante la Segunda Guerra Mundial" (p. 474). "Nadie menciona nunca que los polacos soviéticos sufrieron más que ninguna otra minoría nacional en los años treinta (...) En el bombardeo de Varsovia de 1939 murió más o menos la misma cantidad de [gente] que en el de Dresde de 1945. (...) Sólo durante el levantamiento de Varsovia murieron más polacos que japoneses en los bombardeos atómicos de Hiroshima y Nagasaki" (p. 475). El Generalplan Ost nazi tenía por objeto matar "entre 31 y 45 millones de personas (...), entre un 80 y un 85% de los polacos, el 65% de los ucranianos del oeste, el 75% de los bielorrusos y el 50% de los checos" (p. 199). El sitio de Leningrado (1941-1944) se cobró un millón de vidas, sobre una población total de 3,5 millones. Catorce millones de personas fueron asesinadas con premeditación por dos regímenes durante doce... Nazismo y comunismo, hermanos de sangre.
***
Cada muerte registrada sugiere una vida única, pero no puede sustituirla. Debemos ser capaces no sólo de contar el número de muertos, sino de contar con cada víctima como individuo. La única gran cifra que soporta el escrutinio es la del Holocausto, con sus cinco millones setecientos mil judíos muertos (...) Pero este número, como todos los demás, no debe verse como 5,7 millones, que es una abstracción que pocos podemos concebir, sino como 5,7 millones de veces uno. (p. 477)
No hay palabras pero hay que encontrarlas, sacarlas de donde sea. Escribir estos libros, reseñarlos, leerlos. Nombrar a los muertos. Para que la memoria gane en su combate contra la nada (Todorov). Hay aquí una misión:
Los regímenes nazi y soviético convirtieron a personas en números (...) A nosotros los estudiosos nos corresponde buscar esos números y situarlos en perspectiva. A nosotros, como humanistas, nos toca transformar de nuevo esos números en personas. Si no podemos hacerlo, Hitler y Stalin habrán configurado no sólo nuestro mundo, también nuestra humanidad.
TIMOTHY SNYDER: TIERRAS DE SANGRE. Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores (Barcelona), 2011, 620 páginas. Traducción de Jesús de Cos.
'Tierras de Sangre': catorce millones de veces 'uno'
Por Mario Noya
Libro negro extraordinario, imprescindible, insoportable: Tierras de Sangre. Europa entre Hitler y Stalin, de Timothy Snyder. Aturde.
Las Tierras de Sangre de que habla Snyder son las repúblicas bálticas y Bielorrusia, casi toda Ucrania, buena parte de Polonia, la franja más occidental de Rusia y una pequeña porción de Moldavia. Fueron las tierras de la Shoá, del Holodomor, del Generalplan Ost, del Plan de Hambre. De Katyn. Del Gas y el Fuego. De las violaciones en masa y el canibalismo. De la saña. Una barbarie única, infernal, indescriptible. No hay palabras, por eso me salen tantas.
[En 1933, en plena Gran Hambruna ucraniana,] en un pueblo de la región de Járkov, unas mujeres hacían lo que podían para cuidar a los niños. Formaron, recuerda una de ellas, "una especie de orfanato". (...) "Los niños tenían los estómagos abultados; estaban cubiertos de heridas y de costras, sus cuerpos parecían a punto de reventar. (...) Un día, los niños se callaron de repente; fuimos a mirar lo que ocurría y vimos que se estaban comiendo a Petrus, el más pequeño. Le arrancaban tiras de carne y se las comían. Y Petrus hacía lo mismo, se arrancaba tiras y se comía todo lo que podía. Los otros niños ponían los labios en las heridas y se bebían la sangre (...)". (p. 80)
En primavera, los fuegos ardían en Treblinka día y noche (...) Las mujeres, con más tejido graso, quemaban mejor que los hombres (...) Los vientres de las mujeres embarazadas tendían a reventar, de manera que se podían ver los fetos en su interior. En las frías noches de la primavera de 1943, los alemanes solían quedarse junto al fuego a beber y calentarse. (p. 323)
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Nazismo y comunismo, hermanos de sangre. Como pavorosa demostración, lo ocurrido en aquellas tierras entre 1933 y 1945. Las solas cifras demudan. Catorce millones de civiles y prisioneros de guerra asesinados ("ni uno sólo" era "soldado en servicio activo", la mayoría eran "mujeres, niños y ancianos"). Ese número supera "en más de diez millones al (...) de personas muertas en todos los campos de concentración alemanes y soviéticos" y "en más de dos millones (...) el (...) de soldados alemanes y soviéticos muertos en el campo de batalla en la Segunda Guerra Mundial". Ese número es
la suma de las siguientes cifras aproximadas (...): 3,3 millones de ciudadanos soviéticos (la mayoría ucranianos) llevados a la muerte por inanición por su propio gobierno en la Ucrania soviética en 1932-1933; trescientos mil ciudadanos soviéticos (la mayoría polacos y ucranianos) ejecutados por su propio gobierno en la parte occidental de la URSS entre las aproximadamente setecientas mil víctimas del Gran Terror de 1937-1938; doscientos mil ciudadanos polacos (la mayoría de etnia polaca) ejecutados por las fuerzas soviéticas y alemanas en la Polonia ocupada en 1939-1941; 4,2 millones de ciudadanos soviéticos (en su mayoría rusos, bielorrusos y ucranianos) obligados a morir de hambre por los ocupantes alemanes en 1941-1944; 5,4 millones de judíos (la mayoría ciudadanos polacos o soviéticos) gaseados o pasados por las armas por los alemanes en 1941-1944; y setecientos mil civiles (la mayoría bielorrusos y polacos) ejecutados por los alemanes en represalias, principalmente en Bielorrusia y en Varsovia en 1941-1944. (pp. 484-485)
"Una vez más", anota Snyder en esa misma página (485), "mis cálculos son moderados". Y excluyen a los caídos en combate (¡la mitad de todos los caídos en todos los campos de batalla de la II Guerra Mundial!),
a las personas que murieron de extenuación, de enfermedades o de desnutrición en los campos de concentración o durante las deportaciones, evacuaciones o huidas ante el avance de los ejércitos. (...) a los que murieron en los trabajos forzados. (...) [a los que] murieron de hambre como resultado de la escasez provocada por la guerra, (...) a los civiles muertos en bombardeos o en otras acciones de guerra. (...) [a los que murieron en] actos de violencia llevados a cabo por terceras partes, claramente motivados, pero no directamente realizados, por la ocupación alemana o la soviética. Tales actos supusieron (...) cifras de muertos muy significativas, como la matanza rumana de judíos (unos trescientos mil) o la limpieza étnica nacionalista ucraniana de polacos (al menos cincuenta mil). (p. 483)
***
Hay que leer este descomunal libro negro de prosa clara, documental, que además recoge testimonios de víctimas y verdugos; también de espectadores, más o menos conmovidos por el Espanto, más o menos implicados en denunciarlo, revelarlo, remediarlo. Hay que leerlo para saber que esos Catorce Millones no fueron un error sino el Horror deliberado: Hitler y Stalin sabían, Hitler y Stalin querían, Hitler y Stalin urgían el exterminio del Otro. Nazismo y comunismo, hermanos de sangre. ¿Hay comparaciones odiosas? No, ciertamente, ésta. Aquí, lo odioso, lo infame, sería no comparar.
En las políticas que implicaron la eliminación de civiles o de prisioneros de guerra, la Alemania nazi mató a unos diez millones de personas en las Tierras de Sangre, quizá a once millones en total; la Unión Soviética de Stalin aniquiló a unos cuatro millones en las Tierras de Sangre y a unos seis millones en total. Si añadimos las muertes previsibles provocadas por la hambruna, la limpieza étnica y las largas estancias en los campos de concentración, la cifra estalinista total asciende a tal vez nueve millones, y la nazi quizá a doce. (p. 450)
No fueron esos Catorce Millones muertes limpias, discretas, maquinales. Los verdugos se mancharon las manos o la cara de sangre u hollín o pólvora. Los verdugos mancharon a sus víctimas con su semen, su sudor, sus babas. Y cuando para matarlas no las tocaron –"más de la mitad murieron porque se les negó la comida" (p. 17)–, las vieron, olieron, escucharon. Los verdugos sabían y hacían. Y lo contaban: del diario de un miembro de un Einsatzgruppe destacado en Lvov (Ucrania) el 1 de julio de 1941: "Cientos de judíos corren calle abajo con las caras cubiertas de sangre, con agujeros en la cabeza y los ojos colgando" (p. 238); "las familias matan a sus miembros más débiles, normalmente niños, y se comen su carne", constatará la OGPU soviética en la Ucrania del terrible año 33. Así que no sólo Hitler, claro que no. No sólo Stalin. De hecho, ni Hitler ni Stalin violaron, torturaron, asesinaron a uno solo de esos Catorce Millones. Fueron otros. Tantos.
¿Banalización del mal? ¡Pero no mancharon a sus madres, a sus mujeres, a sus hijas con su semen, su sudor, sus babas! ¿Hicieron lo que hicieron porque antes deshumanizaron, animalizaron a sus víctimas? ¡Pero seguían sabiéndolas humanas, por eso las hablaban, las violaban!
Con independencia de la tecnología empleada, la matanza era personal. Las personas que morían de inanición eran observadas, con frecuencia desde torres de vigilancia, por aquellos que les negaban el alimento. Los que morían por las armas eran vistos muy de cerca a través de las miras de los fusiles, o bien eran sujetados por dos hombres mientras un tercero apoyaba el cañón de una pistola contra la base del cráneo de la víctima. Los que iban a morir asfixiados eran acorralados, metidos en trenes y empujados a las cámaras de gas (...). (p. 18)
El Gas. Y casi de inmediato se piensa en Auschwitz. Pero sólo "uno de cada seis judíos pereció allí" (p. 449). Pero "cuando las cámaras de gas y los complejos de crematorios de Birkenau entraron en funcionamiento en la primavera de 1943, más de tres cuartas partes de los judíos que fueron víctimas del Holocausto ya habían muerto" (p. 450). Jamás se habla de Chelmno, de Belzec, de Sobibor, de Majdanek. Por otra parte, la mitad de los judíos asesinados en las Tierras de Sangre murieron fuera de las cámaras: de hambre, fusilados, quemados. Por eso Auschwitz podría resultar "engañoso" como guía de lo que fue la Shoá: la mayoría de los judíos que murieron allí jamás pisaron un campo de concentración, fueron "gaseados nada más llegar"; y aunque fue la última "factoría de la muerte" en entrar en funcionamiento, "no era la cumbre" de la tecnología nazi para el exterminio: "Los escuadrones de ejecución eran más eficientes y mataban más deprisa, los centros de hambre mataban más deprisa, Treblinka mataba más deprisa" (p. 449).
"Los asesinatos en masa separaron la historia judía de la europea, y la historia del este de Europa de la del oeste" (p. 23). Stalin mató a 3,5 millones de ucranianos entre 1933 y 1938, y Hitler a otros tantos entre 1941 y 1944. "Bielorrusia fue el centro de la confrontación nazi-soviética, y ningún país sufrió más bajo la ocupación alemana (...) La capital, Minsk, quedó casi despoblada por los bombardeos alemanes, la huida de los refugiados, el hambre y el Holocausto (...) El veinte por ciento de la población [del país] murió durante la Segunda Guerra Mundial" (p. 474). "Nadie menciona nunca que los polacos soviéticos sufrieron más que ninguna otra minoría nacional en los años treinta (...) En el bombardeo de Varsovia de 1939 murió más o menos la misma cantidad de [gente] que en el de Dresde de 1945. (...) Sólo durante el levantamiento de Varsovia murieron más polacos que japoneses en los bombardeos atómicos de Hiroshima y Nagasaki" (p. 475). El Generalplan Ost nazi tenía por objeto matar "entre 31 y 45 millones de personas (...), entre un 80 y un 85% de los polacos, el 65% de los ucranianos del oeste, el 75% de los bielorrusos y el 50% de los checos" (p. 199). El sitio de Leningrado (1941-1944) se cobró un millón de vidas, sobre una población total de 3,5 millones. Catorce millones de personas fueron asesinadas con premeditación por dos regímenes durante doce... Nazismo y comunismo, hermanos de sangre.
***
Cada muerte registrada sugiere una vida única, pero no puede sustituirla. Debemos ser capaces no sólo de contar el número de muertos, sino de contar con cada víctima como individuo. La única gran cifra que soporta el escrutinio es la del Holocausto, con sus cinco millones setecientos mil judíos muertos (...) Pero este número, como todos los demás, no debe verse como 5,7 millones, que es una abstracción que pocos podemos concebir, sino como 5,7 millones de veces uno. (p. 477)
No hay palabras pero hay que encontrarlas, sacarlas de donde sea. Escribir estos libros, reseñarlos, leerlos. Nombrar a los muertos. Para que la memoria gane en su combate contra la nada (Todorov). Hay aquí una misión:
Los regímenes nazi y soviético convirtieron a personas en números (...) A nosotros los estudiosos nos corresponde buscar esos números y situarlos en perspectiva. A nosotros, como humanistas, nos toca transformar de nuevo esos números en personas. Si no podemos hacerlo, Hitler y Stalin habrán configurado no sólo nuestro mundo, también nuestra humanidad.
TIMOTHY SNYDER: TIERRAS DE SANGRE. Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores (Barcelona), 2011, 620 páginas. Traducción de Jesús de Cos.
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